La cultura de la seducción

Los sociólogos nos dicen que vivimos en una cultura de la seducción. Después de la caída de las grandes utopías de la modernidad, capitalismo y socialismo, un aire de desencanto ha impregnado todos los espacios de la sociedad posmoderna. Tantos esfuerzos e ilusiones invertidos parecen perdidos. No han llenado nuestras expectativas. Frente al vacío de la interioridad y la pérdida de la dimensión trascendente de la vida que nos deja un aire de orfandad, se han creado dos grandes intentos huecos de reencantar el mundo: el consumismo y la diversión.

El consumismo es un invento formidable que llega a todos los espacios de la tierra donde pueda haber alguien con un dólar en el bolsillo. El símbolo son los grandes centros comerciales donde no sólo se puede consumir de todo, sino que crean una manera de comer, de vestir, de viajar, de divertirse. Es todo un estilo de vida lo que se compra. En los grandes centros, los productos se ofrecen en abundancia, exhibidos en el juego de los colores, de la luz y del cristal. Se respira el aroma sofisticado que llega invisible a través de los conductos de climatización, con una música de fondo que invita a relajarse y contemplarlo todo desactivando las prisas que nos atan al reloj. Huele a tierra prometida, son espacios que nos proponen redimirnos de nuestras necesidades.

El otro gran invento es la diversión, el entretenimiento, la distracción. Veinticuatro horas al día, y en todos los ambientes, se nos ofrecen pantallas y dispositivos electrónicos que nos pueden conectar al instante con películas, música, eventos deportivos y todo tipo de espectáculos. Han nacido los nuevos dioses de la cultura actual. Ya no es tiempo de héroes ni de mártires, sino que ha llegado la hora de los famosos, las “celebrities”,que ocupan un espacio sorprendente en los medios de comunicación, con sus méritos o con sus excentricidades.

Para vender productos de consumo y de diversión, en las salas de edición de televisoras y de revistas, en los estudios de grabación y en los laboratorios, se elaboran constantemente sensaciones nuevas, fuertes, inteligentes, que entran dentro de nosotros a través de los sentidos, nos recorren por dentro y se siembran en los surcos siempre abiertos de nuestras hambres naturales o artificiales provocadas por el mercado. Cada sensación está minuciosamente estudiada. El aroma de un hotel, el ruido de una aspiradora, el chasquido de un alimento crujiente al masticarlo o el de un envoltorio al rasgarse, el sonido de la puerta de un coche de lujo cuando se cierra, son sonidos trabajados por los especialistas hasta que consiguen la sensación perfecta. Nada queda al azar. Cada sentido es minuciosamente estudiado para ser seducido con efectos especiales que parecen salidos de la chistera de un mago. Nos engañan y nos ciegan deslumbrándonos.

El neuromárketing estudia con los medios más sofisticados de la tecnología actual, de qué manera las sensaciones afectan al cerebro humano, para crear las que vayan directamente hasta el fondo emocional subconsciente donde se elaboran nuestras respuestas y decisiones. La publicidad habla sobre todo al cuerpo y al mundo emocional, dejando la razón entre paréntesis, pues se trata de crear respuestas programadas. Las decisiones las hacen por nosotros. Nos basta con hacer clic sobre el teclado. Sólo tenemos que dejarnos llevar, y fluir en el vértigo de las sensaciones. Vivimos en un mundo “de compulsiones y de adicciones, pero de poca pasión” (A. Guidens).

Nuestra cultura nos ofrece vivir siempre al galope, posponer la satisfacción de nuestras necesidades profundas, para esperar la dicha de los nuevos productos que el mercado anuncia hoy y que llegarán mañana puntualmente a nuestros mercados. La velocidad no es muy amiga de la profundidad.

En esta cultura de la seducción lo que cuenta es lo que perciben los sentidos, por eso se cultivan las apariencias, se privilegia el parecer sobre el ser. Mientras el cuerpo y las emociones subconscientes son trabajados en clave seductora, el pensamiento es débil y las decisiones son inseguras. Se

dice sí sin decir no, y los compromisos en la pareja, en la amistad, en los grupos, en el trabajo son hasta que el tiempo nos separe.

El desafío de estos tiempos nos lo plantea bien el psicoterapeuta jesuita Carlos Domínguez: “No hace falta insistir en la importancia que toda la psicología contemporánea ha acordado dar al concepto de estímulo. Una importancia que algunos no dudan en calificar incluso de mítica. En cualquier caso, lo que está ciertamente probado es que nuestra conducta es más interdependiente de los estímulos externos de lo que nuestro narcisismo quisiera suponer. Nuestra tonalidad interior cambia una y otra vez en función de los campos estimulares en los que estamos inmersos”. (Carlos DOMÍNGUEZ, Psicodinámica de los Ejercicios Ignacianos, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2003, 63).

Pero si evangelizamos nuestros sentidos, podremos percibir las dimensiones más hondas de la realidad. Lo peor que podríamos hacer sería renegar de estos tiempos y pretender encerrarnos en una torre inaccesible, en una burbuja aséptica imposible, pasear por la calle con una mascarilla, acercarnos a las personas con un gesto de rechazo y de condena, profetizando agriamente contra esta cultura que es la nuestra.

¿Se le ha acabado a Dios el amor por este mundo? ¿Se le ha agotado su imaginación para elaborar ofertas de vida nueva? ¿Son los creadores de sensaciones seductoras los que tienen la exclusiva para diseñar el mundo de mañana? En esta cultura también trabaja el Espíritu de Dios. No hay pueblo, ni cultura, ni religión, ni situación humana, ni persona alguna donde Dios no esté presente trabajando y creando la humanidad nueva. Donde los sociólogos y antropólogos terminan con sus descripciones, nosotros buscamos en las fronteras la propuesta del Espíritu. En las terminales electrónicas que llegan a nuestra casa, en las calles donde desfila la gente con marcas comerciales en la ropa, también se hace presente el Espíritu. Pero hay que tener la sensibilidad para percibirlo.

Nuestro desafío no es huir de la realidad, sino acercarnos a ella con todos nuestros sentidos bien abiertos para mirar y contemplar, para disolver las cáscaras de las apariencias seductoras y ver, sentir y gustar la realidad, percibiendo en lo más hondo de lo real la presencia activa del Dios que nos ama con creatividad infinita, para encontrarnos con él y trabajar juntos por su reino. Nuestra sociedad no sólo necesita profetas que denuncien los males que nos afligen, sino místicos que descubran dónde está Dios creando algo nuevo, para proclamar esta buena noticia. No sólo hay que afirmar vagamente que Dios ama este mundo, sino señalar dónde y cómo trabaja rehaciendo el tejido de la vida puntada a puntada. La sociedad necesita personas que con una sensibilidad mística puedan encontrarse con Dios en las realidades más secularizadas y más destruidas por el deterioro personal, la injusticia y por todo tipo de exclusiones

 

En  Vol. 85 (2013)                  MANRESA                                pp. 57-68

Mística en la cultura de la seducción. Aplicar los cinco sentidos a la realidad  de Benjamín Glz. Buelta