“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”(Mt 5, 3)

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”(Mt 5, 3)

Cada Bienaventuranza viene a tocar un problema que afecta a toda persona. Dicho problema no es precisamente algo secundario, sino algo que toda persona tiene planteado y a lo que tendrá que darle respuesta, o bien la que él ha decidido o bien porque se la han impuesto, pero no se va a quedar sin ella. ¡Y no es lo mismo que sea una u otra! Es decir, el problema que toca cada Bienaventuranza es irrenunciable, está presente en la vida de toda persona y nadie puede evadirse de él.

Años atrás, cuando había pintadas por todas partes, en todas las ciudades por donde pasé me encontré con una de los Anarquistas muy ingeniosa, como todas las suyas, pero que en el caso de ésta no tenía ningún sentido: Que se pare el mundo que me quiero apear. Supongamos que podemos “pararlo”, ¿dónde ponemos el pie?

No podemos “apearnos” de los problemas que lleva consigo nuestra realidad humana: están presentes en todo ser humano, lo constituyen, y al ser tan fundamentales, en la respuesta que se les dé estará en juego, de alguna manera, lo que veíamos como telón de fondo de las Bienaventuranzas: el hombre está llamado a ser feliz, debe encontrar un sentido a su vida, algo que le llene, que le merezca la pena. Si la respuesta que se da a cada uno de estos problemas no es “acertada”, difícilmente nos realizaremos. Este es el reto que nos plantean las Bienaventuranzas.

Pues bien, el problema de esta primera Bienaventuranza es nuestra relación con los bienes, con la riqueza. La riqueza en sí es un bien siempre. Por ejemplo, un país desertizado es un país que termina por convertirse en desolación. Allí no puede vivir nadie. La ausencia de riqueza y, sobre todo, la imposibilidad de crearla, hace que aquello se convierta en un desierto, que sea imposible la vida. Por tanto, la riqueza, en cuanto tal, es un bien. El que hayamos podido desayunar esta mañana es más riqueza que si no hubiésemos podido desayunar; pero si tampoco pudiésemos comer, seríamos más pobres todavía… ; pero este discurso sobre la “pobreza” pronto se acabaría. No  seamos, pues, tan simples en nuestras reflexiones sobre la pobreza evangélica. La riqueza, en sí misma, es un bien, y el reto de esta Bienaventuranza no podemos reducirlo a un callejón sin salida.

Vamos, pues, a aproximarnos a este problema fundamental del ser humano desde el Evangelio, pues ahí es donde podremos descubrir qué quiere decir esta Bienaventuranza al asegurar Bienaventurados los pobres de espíritu, porque  de ellos es el Reino de los Cielos. Apliquemos, pues, el método que nos hemos propuesto, viendo en una primera parte  cómo Jesús vivió esta relación con los “bienes” (la riqueza) y, sobre todo, qué dijo; para preguntarnos qué nos parece y, después, plantearnos el si queremos..

 

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