En la Cruz Jesús nos entrega su Espíritu

En la Cruz Jesús nos entrega su Espíritu

La cruz será el lugar de toda negación de mediaciones.  El velo del templo se rasgó de arriba a abajo.  La cruz y los crucificados serán lugar de acceso a la Divinidad precisamente por ser lo que no interesa. En un mundo que tanto entiende de intereses sólo en lugares desinteresados  y por desinteresados se podrá encontrar el Espíritu del Viviente.  Viviente que es el Crucificado.  Jesús es el que Vive con Dios para siempre.  Jesús no quedó para siempre en el lugar de la muerte sino que el Padre 1o resucitó de entre los muertos constituyéndolo Ungido y Señor.

El vivir hasta desvivirse de Jesús ha resultado ser la expresión de la humanidad querida por Dios, la manifestación de la humanidad de Dios: Jesús es el Hijo de Dios.  En la cruz se expira el Espíritu que hace posible dar culto a Dios en espíritu y verdad.

Si el creyente percibe la cruz cuando confiesa que cree en el “Espíritu que procede del Padre y del Hijo”, empieza a percibir que la Cruz es salvación.  La cruz nos libera de la blasfemia y de la idolatría.  Nos libera de la utilización interesada de la divinidad y nos libera de la mentira sobre nosotros mismos y la realidad.

El Espíritu expirado en la cruz nos libera de la mentira sobre nosotros mismos, nos libera del fatalismo de lo “normal y natural”, nos abre 1os ojos para ver toda la realidad con ojos nuevos.  No es verdad que el “hombre y la mujer espiritual” es el que consigue un “yo” entero, sin fisuras, impasible, con perfecto dominio de sí.  El espíritu nos cambia la mirada hacia los crucificados y despojados, nos hace mirar a las criaturas heridas en su dignidad y machacadas en sus cuerpos.

Cuando la mirada ha cambiado, al “yo” espiritual se le conmueven las entrañas, se enternece, se altera y descubre que la paz y la alegría del Espíritu aparecen cuando la vulnerabilidad te devuelve solidariamente a las criaturas.  Es una vuelta a la criatura desde la honda percepción que ya no son objetos de consumo espiritual, no son un pretexto para mi correcta actuación sino que nos encontramos con que el Espíritu nos abraza en comunión solidaria.

Nos libera de lo “normal y natural”.  La cultura es una red de signos, discernir es empezar a procesarlos desde otro código.  El espíritu pone en crisis el “orden presente”, el espíritu lleva a juicio, pleitea con la realidad mostrenca y petrificada, con lo dado por hecho, lo que “es así” y “no puede ser de otra manera”.  Se empieza a taladrar la realidad y empiezan a verse otras cosas.  Discernir será cambiar el código normal y natural de lectura.  Nos cuesta aprender a los seguidores y seguidoras que el seguimiento de Jesús es un modo de estar y ver la vida.  El Espíritu es el colirio que el ángel le dice a la Iglesia de Laodicea que le falta.  Al mirar ya no vemos lo mismo.

 

El Espíritu de Jesús nos da la posibilidad de cambiar la mirada, de situarnos en la realidad de un modo distinto, desde la libertad liberada.  Como es Espíritu de Vida nos da la posibilidad de vivir libres y sin temor.  Un temor que se funda últimamente en el miedo a la muerte en todas sus formas (“aquellos que por miedo a la muerte vivían toda la vida como esclavos”).  La muerte como amenaza última, como algo aterrador que me puede diluir y por tanto algo a evitar, y para evitarla qué mejor que la esclavitud alienante a los ídolos que me ofrecen seguridad.  Seguridad aparente pues nos evita el aceptar que el origen de toda violencia es el mantener a ultranza lo que no se puede mantener: la afirmación del yo caiga quien caiga.

 

El panteón de ídolos tiene su atractivo por la ilusión de prometer “inmortalidad”.  La cruz no promete In-mortalidad.  La cruz no engaña.  La cruz del Viviente invita a vivir la vida en manos de la Misericordia.  Cuando nuestra vida está anclada en la Vida surge la libertad de los Hijos de Dios.  La vida deja de ser una lucha deshumanizante para aseguramos la inmortalidad.  “No temáis pequeño rebaño que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho sobre vosotros” (no temas María, no temáis pastores, no temas Pedro…).

El discernimiento es por lo tanto don y tarea.  Es don porque se nos da con el Cristo entregado.  Es tarea porque es posible de nuestra parte mantener una actitud vigilante, despierta.  Cuando entramos en el ámbito de Cristo y se nos da su Espíritu nos ambientamos en una tradición que entiende de discernimiento.  El discernimiento es un don a la comunidad cristiana, es patrimonio de la Gran Iglesia, en ella ha habido hombres y mujeres que han tenido el don, han tenido gracia, para ser más sensibles al paso del Espíritu de Vida.

Parte del Artículo de Tony Catalá sj “DISCERNIR LA VIDA COTIDIANA”

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio