La riqueza, en cuanto acumulación, como tentación y peligro.
Y aquí conviene hacer una observación. Somos pura tentación. Si de repente desapareciese de nosotros toda posibilidad de tentación había que llamar al médico. En el Padrenuestro no pedimos a Dios que nos quite las tentaciones, sino que no nos deje caer en la tentación, que no es lo mismo. El hecho de tener tentaciones entra pues dentro de la experiencia humana. El problema es, por lo visto, caer en ellas.
Mt 4,8-10. Es la tercera tentación de Jesús en el desierto: “Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: «Todo esto te daré si postrándote me adoras.» De suyo la propuesta, desde un punto de vista lógico, es absurda. Uno diría: “¿Y yo, para qué quiero tanto?”. En efecto, el ser humano necesita poquísimo para vivir. Suponeros que os pido que imaginéis lo mínimo necesario para vivir. Pues bien, por muy poco que imaginaseis, seguro que es mucho menos. Sin embargo la insaciabilidad de nuestra ambición es permanente. Esta “insaciabilidad” será importante en otras dimensiones de nuestra vida, pero en el tema que nos ocupa – el poseer, el acumular -, es patológica y puede llevar a consecuencias trágicas. Luego veremos en qué se puede apoyar esta absurda dinámica de acumular lo que ni podremos consumir ni disfrutar siquiera.
Pues bien, a esta propuesta Jesús responde: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto»”. Es decir, esta acumulación, esta tendencia al acaparamiento, esto que después Jesús va a denominar codicia, esta dinámica absurda, -una vez que he conseguido algo ya estoy pensando en por qué no tener más-, la proponía el “tentador” como un postrarse y adorar. Jesús va a responder a estos verbos. Es decir, Jesús interpreta este ofrecimiento como una alternativa a su fe israelita, a su fe monoteísta. El ser humano sólo puede postrarse y adorar al único Dios. Caer pues en esta trampa es para Jesús ir contra el primer mandamiento de la ley: al Señor tu Dios, adorarás, y a él sólo darás culto.
Por tanto, la tentación está en que esa alucinación del acumular, del tener más, que percibimos en nosotros de forma compulsiva, es una adoración, un dar culto. Quizás nos parezca un poco desmesurada esta respuesta. Veamos, pues, cómo Jesús nos va desmenuzando esta tentación.
Y vamos a un texto más cercano a nuestra realidad cotidiana. Es muy interesante descubrir, y lo iremos destacando, cómo el Evangelio, todo él, va enganchado a la realidad. Veamos lo que nos dice Lc 12,13-31: “Uno de la gente le dijo: ‘Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo’. Y él respondió: ¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?” Es decir, “¿es que yo soy abogado, o notario, para repartir herencias? ¿Tú no sabes que yo soy de Nazaret?…” Pero ya que ha salido el tema de la herencia, Jesús aprovecha: “Y les dijo: Mirad y guardaos de toda codicia”, no dice de toda “riqueza”, sino de esa dinámica que existe en cada uno de nosotros, nos guste o no, y que provoca la acumulación.
Dice Freud, que no tenía un pelo de tonto, que el dinero tiene para el ser humano una ‘dimensión libidinosa’: que se nos van los ojos detrás del “billete”. Va uno por la calle y se encuentra un billete de mil duros tirado… ¿seríamos capaces de darle una patada y seguir andando? No podemos remediarlo y lo recogemos… aunque sea para ‘hacer un donativo a los chinitos’, pero eso no se queda ahí… ¡no podemos dejarlo ahí! Y constatemos algo importante: esto tiene que ver con lo humano, no con lo “sobrenatural”… Jesús da por supuesto que la codicia la llevamos incorporada, es una “tentación” permanente, con la que tenemos que tener cuidado: mirad y guardaos de toda codicia.
Y sigue Jesús desenmascarando: “porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes”. El problema básico del ser humano es, sin duda, la ‘seguridad’, ¡y más en el Primer Mundo! En efecto, la seguridad ha sido la primera necesidad psicológica que hemos tenido al nacer. Si un niño no se ha sentido seguro, luego va a tener serios problemas en su personalidad. Esa ‘seguridad’, que en la infancia depositamos en nuestros padres, seguimos buscándola, y lo que es más importante, poniéndola en algo.
Ocurre algo curioso en el Evangelio y que iremos destacando: cosas que Jesús dijo, posiblemente ahora, en nuestro Primer Mundo, estamos más capacitados y con mayores datos para caer en la cuenta, hasta qué punto eran verdad. Quizás los de su tiempo -¡y nosotros hace 40 años!- ni se ‘olían la tostada’. Y es que Jesús no tenía un pelo de tonto. Jesús veía con mucho más agudeza dónde llevaban ciertas dinámicas de la persona humana que entonces no tenían tantas posibilidades como ahora (p.ej. ¿qué posibilidades de acumular, de consumir tenían entonces?) y, sin embargo, detectaba lo que podía ser un riesgo, una tentación, que pusiese en peligro a la persona en cuanto tal.
Todos denunciamos el consumo, pero todos estamos enganchados a él y el mismo sistema económico depende de que seamos fieles a este reclamo. Pero ahora quiero fijarme en una consecuencia: consumimos cosas tan útiles que llegan a suplirnos. En este sentido podemos decir que en el Primer Mundo estamos convirtiéndonos en ‘seres protésicos’. Cada vez más tontos, más torpes, más inválidos, olvidamos que tenemos inteligencia, imaginación, manos, pies,… No los necesitamos, porque nuestras ‘prótesis’ nos suplen.. Suelo decir que el hombre de nuestro Primer Mundo se ahoga, no ya en un “vaso de agua”, sino en un “plato llano de agua”. Yo no sé cómo caemos, cómo ponemos la nariz y la boca… , pero ahí nos ahogamos.
Un año, al terminar la vendimia, la familia con la que trabajaba, amiga mía, decidió arreglar la cocina, antes de buscar algún chapuz . Hubo que vaciar toda la cocina: la hornilla en un rincón del comedor, el calentador quitado, la lavadora también… La familia estaba compuesta del matrimonio y nueve hijos, pero, para colmo la madre estaba embarazado y a punto de dar a luz. Pues bien, a media mañana voy al servicio y me la encuentro de rodillas delante de la bañera lavando un montón de ropa, con agua fría, como es natural (¡y estábamos en noviembre!). Ante mi sorpresa, me contesta, “y qué le iba a hacer, Adolfo. Si lo dejo nos come la mierda…” Al día siguiente comenta a la hora de la comida: “He estado en el médico, y me ha dicho que el embarazo va bien, pero si la semana que viene no estoy ya de parto tendrán que provocarlo. Por cierto, que me ha preguntado que si estoy apurada”. “Y tu qué le has contestado”, intervengo yo. “Pues que por qué iba a estarlo”… (¡Sin comentario!)
Y vamos con otro caso que puede darnos luz para tomar conciencia de hasta qué punto los “logros” indiscutibles de nuestro Primer Mundo pueden anularnos, en vez de potenciarnos. Estábamos vendimiando en un pueblo de la Macha, y vivíamos dos matrimonios gitanos y yo en una casita que no tenía ni agua ni luz ni servicios. Un día, al volver del trabajo nos encontramos con que se había ido la luz en el pueblo. Después de lavarme un poco fui a la tienda a comprar algo para el bocadillo del día siguiente. El tendero había puesto dos velas en el mostrador. Aquello estaba medio a oscuras. Todos quejándose de que no podrían ver la película de la T.V, que si el congelador,… De repente oigo la voz de uno de los gitanos con los que compartía la casa, el Bolín, que dice: ‘pues a nosotros no se nos ha ido la luz’ (¡¡¡ porque no la teníamos !!!)… Como dice Iván Illich en su libro La convivencialidad, “esta sociedad hace cada vez cosas más útiles para gente más inútil”.
Pues bien, después de estas dos anécdotas podemos entender mejor el aviso de Jesús a propósito de la codicia: ‘la vida del hombre no está asegurada por sus bienes’. Por mucho que yo pueda tener, no tengo asegurada mi vida. ¡Eso es evidente! Pero es que a lo mejor me convierto en un ser más frágil, más dependiente: protésico.
Y sigue Jesús: “Y les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?”. Y dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. ¡Toma ya: date la vida padre!. “Pero Dios le dijo: ¡Necio!, esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”.
En un velatorio de gente sencilla, siempre sale el comentario: ‘Es lo mejor que Dios ha hecho: todos nacemos en cueros, y nos vamos sin nada’… lo que es muy cierto. ¿De qué nos sirve todo lo que acumulamos? ¡Porque no está asegurada la vida con la hacienda! Y esto es evidente. Por eso puede preguntar: ¿qué os parece?
Esta constatación pone en cuestión toda una vida basada en la codicia y en la acumulación. Por eso Jesús comenta que la reacción de Dios no se remite a los niveles de “moralidad”, sino de “estupidez” del ser humano: la calificación que merece esta actitud en la vida es la de necedad. Así pues, es necio quien acumula tesoros para sí, y no se enriquece en orden a Dios.
Justo después de esta advertencia a que tengamos cuidado con la codicia, sigue Jesús: “Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?…
Es importante no aislar los distintos párrafos del Evangelio, pues podemos convertir algo profundo en una majadería. Tal es el caso del párrafo que hemos empezado a citar y que en las distintas ediciones de la Biblia viene titulado como “Abandono en la Providencia”. ¡Este párrafo no está aislado de la problemática de sobre la codicia! Por eso os digo. Sería una estupidez, por no decir una crueldad, decir a unas personas que no tienen qué llevarse a la boca que no les preocupe “qué comeréis… ni con qué os vestiréis”. Es la primera preocupación, la más urgente que tienen. Y es que este párrafo es un comentario a la necedad de la “codicia” que no puede “asegurar la vida”
Una de las muchas cosas que debo a mi larga convivencia con los gitanos es lo mucho que me han enseñando en este asunto. Siempre me impresionaba cuando iba en busca de alguien y me decían con toda naturalidad: ‘no está, ha ido a buscarse la vida’. Es decir ellos no la tenían asegurada, y eran capaces de vivir contentos. Luego se puede vivir sin estar preocupados por cómo aseguro yo mi vida… Curiosamente, lo que pedimos en el Padrenuestro es “el pan nuestro de cada día, dánosle hoy”, no que nos lo ‘asegure’… A lo mejor nos apoyamos más de la cuenta en cosas, y cuando nos apoyamos en algo que no es el Dios vivo, nos ‘preocupamos’…
En este contexto puede darnos luz lo que Juan, conserje de la Escuela de Maestría de Granada, un hombre “sabio”, me decía: “El dinero, debe ser como los zapatos: justico.” Vas a comprarte unos zapatos, siempre te los pruebas, te pones de pie, intentas buscar distintas posturas para ver si se ajustan a tu pie, pues si te quedan grandes, salen ampollas e incluso si corres se te pueden salir; pero si te están pequeños, tenemos que tirarlos.
El dinero, claro que lo necesitamos, pero el “justito”: que cubra las necesidades elementales, pero sin que desencadene “alucinaciones” que llegan a angustiarme, al mismo tiempo que me encierran en mí mismo, provocando una auténtica “adoración” idolátrica, como veremos. Esta situación imposibilita la apertura a Dios y a los hermanos.
Mira por donde, uno de los papeles que debería tener el Evangelio en nuestro Primer Mundo es el de ‘desentontecernos’; lo hemos sobrenaturalizado tanto que todos lo perciben como algo del “otro mundo”, y nunca fue del “otro mundo”. ¿Acaso no tendríamos todos que escuchar que vale más la vida, la relación desinteresada con los demás, que la obsesión por acumular, por competir…? No son cosas “sobrenaturales” a las que nos está remitiendo; por eso puede preguntar qué nos parece. ¡A lo mejor, esto del evangelio es verdad!
Y termina diciendo: “Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia (el “Reino de Dios” empieza a estar presente entre nosotros cuando posibilitamos objetivamente la fraternidad desde la “justicia” y podemos fiarnos unos de otros) y todas esas cosas se os darán por añadidura”. (Cuando en un grupo humano hay confianza y no competitividad, la ayuda es recíproca y todo el mundo cuenta con ella: el “compartir” es espontáneo).
Pero veamos lo que Mateo añade en este pasaje (Mt 6, 36): “Así que no os preocupéis del mañana” (lo que más nos angustia, el futuro); el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.” Es la renuncia a una “seguridad” que no es posible.
Si la riqueza en cuanto acumulación no nos puede dar la seguridad, la riqueza compartida si nos puede salvar. Veamos lo que plantea Jesús en Lc 16, 1-12: la parábola es “escandalosa”. El administrador alabado no tiene nada que envidiar a cualquier espabilado especulador financiero de nuestra época. Pero ¿por qué es alabado?; porque había obrado astutamente, “pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.” Astucia es exactamente lo opuesto a necedad, que es lo que nos estaba llamando en la cita de la “codicia”. ¡Hay que espabilarse! Y termina diciendo: “Yo os digo: Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las moradas eternas.”
La frase no puede ser más clara: el Dinero, en cuanto acumulación, es injusto. La riqueza, hemos dicho, está para dar vida -no para pudrirse-; y da vida, compartiéndose. Este compartir tendrá numerosas concreciones, una de las cuales puede pasar por la necesidad de “capitalización” para posibilitar una infraestructura necesaria para potenciar el rendimiento y crear de este modo más riqueza que “repartir”. Pero el caso es que posibilite vida, no acumulación-escasez.
La llamada al espabilamiento con el “Dinero injusto”, tiene una especial aplicación a nuestra situación de Primer Mundo, en el que la riqueza tiene más una función ostentosa y derrochadora que humanizadora y de vida. Esto, por otro lado, está creando unas diferencias tan insultantes como ostentosas: el Primer Mundo es el gran Escaparate que el Tercer Mundo contempla, sencillamente porque el Primer Mundo necesita despertar unas “necesidades” alucinatorias en quienes no tienen satisfechas las vitales, para terminar de exprimirlos. Pero este fenómeno parasitario o de succión, como prefiramos llamarlo, crea una descompensación que termina reventando. El final que la carta de Santiago augura para los ricos, puede convertirse en una trágica previsión: “… habéis engordado para el día de la matanza” (Cfr St 5,1- 6). ¡Más nos vale espabilarnos y hacernos amigos con el Dinero injusto, como hizo el administrador aquel, si queremos salvarnos!
El hombre está abierto al Absoluto, le guste o no le guste; lo acepte o no lo acepte. Y si no se abre al Absoluto parece ser que absolutiza… y ¡tiene que absolutizar! Pero como aquello que absolutiza “tiene ojos y no ve, tiene oídos y no oye,…” le angustia intuir que “no por eso tiene asegurada su vida”, y necesitaría que alguien le dijese: ¡Necio! ¡Tonto!
La fe de Israel gira toda en torno a que ‘Yahvé es mi Roca’ (la roca es una imagen de seguridad, me puedo apoyar en ella.) El problema es dónde pongo mi seguridad, porque parece ser que, donde uno pone su seguridad (tesoro), ahí es donde está su valor supremo (corazón), ahí es donde está su Dios: la ‘roca’ donde se apoya. Pues veamos cómo plantea Jesús este problema. Ahora nos vamos a enterar del alcance de la Tentación de Jesús en el desierto.
Lc 16,13: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero”.
Jesús nos ha dicho: más arriba que “con la abundancia de bienes (la acumulación) no tenemos asegurada la vida”; ahora nos dice que no podemos servir a Dios y a las riquezas. Es decir, por la “codicia” nos entregamos a acumular bienes, creyendo que con su abundancia aseguramos la vida y por otro lado, nuestra apertura a Dios pretende expresar que en él ponemos nuestra seguridad. Jesús con esta afirmación desenmascara este sin sentido: no se puede poner en dos sitios la propia seguridad.
En efecto ¿qué es aquello a lo que servimos? Lo que nos preocupa, que nos ‘ocupa’ la vida, que es nuestra obsesión, en una palabra, aquello en lo que ponemos nuestra seguridad. Por eso Jesús -que no tiene un pelo de tonto- usa el verbo “servir” en vez de “creer”, En vez de decir que no se puede ‘creer’ en Dios y en el dinero, dice que no se puede servir a estos dos señores. Si hubiese dicho que no se puede creer en Dios y en el Dinero, no nos hubiese extrañado, y estaríamos de acuerdo, pero al usar el verbo servir desenmascara trampas que no querríamos reconocer.
El sentido de servir en el Ev es de dedicación total. Recordemos el Salmo 123: “A ti levanto mis ojos, tu que habitas en el cielo; míralos, como los ojos de los siervos en las manos de sus señores.”¿Cómo sabré a quién sirvo? Donde estén mis afanes, porque ahí es donde pongo mi seguridad y ¿dónde están mis seguridades? Donde están mis obsesiones y mis preocupaciones. Si es en lo económico, tú te estás apoyando en lo económico: eso es tu ‘dios’.
Pero sigamos leyendo Lc 16, 14-15: “Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos (muy creyentes), que eran amigos del dinero (¿nosotros no lo somos?), y se burlaban de él,” (se cachondeaban de Jesús, y nosotros seguimos cachondeándonos de él). “Y les dijo: Vosotros sois los que os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios” .
Nos las damos de “creyentes” y al que estamos sirviendo es al dinero. Cultivamos una exquisita “vida espiritual”, pero nuestras preocupaciones están en las finanzas. Y aquí hay que traer un problema: el ateísmo de nuestro Primer Mundo.
Leyendo hace tiempo el articulo de un teólogo indio, de repente me encontré con la siguiente frase: “Todo discurso sobre Dios debe partir del politeísmo”. Me extrañó la frase leída desde un Primer Mundo en el que no se cree ni en “un solo Dios”. Sin embargo seguí leyendo y caí en la cuenta que aquello no sólo era válido para la India, donde hay muchas “religiones”, sino para aquí también. El ser humano no puede vivir sin ‘dioses’, porque como hemos visto, según Jesús, el dios del hombre es aquello en lo que pone su seguridad, en lo que se apoya. Lo de menos es el nombre que le pongamos a ese dios; lo importante es que en esa “realidad” a la que nos remitimos encontramos seguridad y aliciente en la vida hasta el punto de darle ‘sentido’.
Esto supuesto, el problema del hombre siempre ha sido y será el politeísmo (no el ateísmo): ¿dónde pone su seguridad? El problema es que ni se pregunta qué le parece, si aquello realmente le da seguridad, sentido…¿Es roca firme o tiene los pies de barro? El dios Dinero ante el que se postra nuestra sociedad “desarrollada”, está pendiente de un hilo. La “gran Economía” no tiene apoyo en sí misma.
Pero volviendo al problema del “ateísmo” del Primer Mundo, habría que decir que ¡menos mal que se confiesa ateo! La tragedia sería que se confesase “creyente”, sirviendo al dios-Dinero. ¡Nunca nos quejemos de eso! Únicamente, tengamos el valor, los que nos llamamos creyentes, de hacer una lista de nuestros dioses y ver hasta qué punto es verdad que creemos en el Dios vivo o más bien servimos y nos apoyamos en otras cosas que nunca se nos ocurrirá llamar dioses, pero son las que nos preocupan, por las que nos afanamos (servimos como esclavos), las que nos angustian cuando nos faltan o se tambalean.
Y ahí, en lo que te da sentido, lo que dinamiza tu vida, en lo que te apoyas, a lo que tú sirves y entregas tu vida, lo que te preocupa, ¡ése es tu dios!. Pero resulta que hay un sólo Dios verdadero. Esto es lo que plantea la fe judía: un Dios “verdadero” entre dioses “falsos”. El AT siempre está hablando de dioses y el único Dios ni siquiera lo nombra… Y es que hay dioses “a espuertas”. El hombre es fabricante de dioses (ídolos) y continuamente tiene que estar convirtiéndose de los “ídolos” al Dios “vivo”. Nuestra tragedia de “creyentes” es, posiblemente, que sólo hablamos del Dios en el que “creemos”, y nunca nos preguntamos por los dioses a los que “servimos”.
Pero sigamos con el capítulo 16 de Lucas. Después de echarles en cara a los fariseos que se tienen por “justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones…” les dice lo siguiente: “La Ley y los Profetas llegan hasta Juan, desde ahí comienza a anunciarse la Buena Nueva del Reino de Dios, y todos se esfuerzan con violencia por entrar en él”. Este Reino de Dios requiere “esfuerzo” y nadie puede dar por supuesto que lo tiene asegurado, sino que hay que “entrar”.
Esto es lo que nos describe la célebre parábola del “rico Epulón y el pobre Lázaro”. Lc 16,19-31: La situación de aquellos dos “creyentes” se desenmascara al final. Lázaro y el rico nos dramatizan sociológicamente la “necedad” del de los graneros. No sólo es un problema de despiste individual sin sentido, -¡lo que acumuló no le aseguró la vida!-, sino que en este caso se nos describe las consecuencias de esa acumulación: pudo banquetear y pasarlo bien, pero a su puerta yacía, cubierto de llagas, el pobre. Es la situación dramática de nuestro Primer Mundo: a la puerta un Tercer Mundo deseando “hartarse de lo que caía de la mesa” de nuestro “desarrollo”. El final no es nada halagüeño para el rico. Es decir, no sólo no le aseguraron la vida, sino que las consecuencias no quedaron ahí.
Sólo quiero fijarme en dos detalles de la parábola: el ‘abismo’ que los separa y que es infranqueable. De hecho ya lo era en vida: el pobre no podía atravesar aquel “portal en el que yacía cubierto de llagas”. Ahora aquella situación se perpetua al revés: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tu atormentado.” Sorprende que lo llame “hijo”, pero esta denominación concuerda con las “Malaventuranzas” de Lucas. Allí no dice “malditos vosotros los ricos”, sino ¡Ay de vosotros los ricos! Es un grito de angustia. A Dios Padre le duele la estupidez y perdición del rico.
El segundo detalle que quiero destacar es el final, Ante la súplica del rico de que alguien vaya a avisar a su hermano, el “padre Abraham” le responde: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite.” Si nos fijamos, Moisés y los profetas no dicen nada del otro mundo, sino que intentan desenmascarar el cinismo del ser humano. La respuesta del ser humano, para que sea humana, tiene que surgir de las dos preguntas con las que Jesús presenta esa Buena Nueva del Reino: ¿qué os parece? y si quieres… El Reino no surge de asustados o amenazados, sino de convencidos y libres.
Pero veamos hasta qué punto esto puede ser verdad: Lc 18,18-27: El ‘joven rico’ que se acerca a Jesús y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna. Le dijo Jesús: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios”. Jesús le remite a la ley, a los mandamientos y contesta: “Todo eso lo he cumplido”. Jesús “lo miró con cariño”, comenta Marcos, y le dijo: “Aun te falta una cosa: todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme”.
Merece la pena detenerse en la escena. Este hombre es una persona tan “piadosa” que puede decir sinceramente que “todo lo ha cumplido”. Entonces es cuando Jesús encuentra la oportunidad de enfrentarlo con la verdadera “espiritualidad” de los profetas (cfr Is 58). Es decir, ahora es cuando puede captar que el fiel cumplimiento de todo lo prescrito en la Ley no acaba de llenarle, porque está “creyendo” en Dios, pero “sirviendo” al Dinero. Por otro lado, observemos que lo que le sugiere no es que sea más “pobre” “vendiéndolo todo”, sino que lo “reparta a los pobres”, que no es lo mismo: es posibilitar con su riqueza acumulada que todos puedan vivir. Esto es “escuchar a los profetas”.
El desenlace, en este caso, no puede ser más deprimente. Dice el Evangelio que “el joven se puso muy triste, porque era muy rico”. ¡Si hubiera sido menos rico, se hubiera puesto menos triste! En efecto, no hay más preocupación y angustia que entre los muy ricos. Esto no lleva a la alegría , sino a la tristeza. Los muy ricos a lo más que llegan es a divertirse, porque la diversión se compra, pero la fiesta se hace y se vive.
Esta reacción me lleva a compartiros una constatación, que la he percibido como una ley, que nunca falla, como la ley de la gravedad. En sitios muy pobres donde apenas se sobrevive, donde la gente no tiene nada, se comparte todo. Pero cuando esas mismas personas elevan su nivel de vida, ya no pueden compartir…Es decir se imposibilita el Reino objetivamente. ¿Es así o no?
Estaba yo en un velatorio, dice uno sacando un billete de lotería: “Pasado mañana voy a ser millonario, me va a tocar, y voy a repartir…” Quería solucionar todos los problemas. Y le contesta uno: “entonces no te toca…” Evidente, siempre es así: uno no tiene nada, lo comparte todo. Tiene algo, ya comparte menos. Tiene mucho, ya no puede compartir, tiene que defender lo que tiene.
Pero sigamos con el Ev. La huida del joven rico lleva a Jesús a hacer un comentario tremendo, porque en el momento en el que lo hace suena a constatación: “¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios”. En efecto, ese Reino de Dios empezamos a vivirlo en la medida en que podemos compartir como hermanos, y, como veremos, en esta Bv se nos dice que es de los “pobres de espíritu” (y Lucas, simplemente de los “pobres”). Las secuencias de la escena son las siguientes: el muy rico se va muy triste; a reglón seguido Jesús comenta que es muy difícil que entre en el Reino de Dios.
Los que hemos tenido la suerte de vivir en zonas muy pobres lo que más sorprendía era la alegría, en medio de unas condiciones tan duras. Se organizaba una fiesta, en la que todos eran protagonistas, con ocasión de cualquier acontecimiento sencillo. Ahora la cosa es muy diferente. En el Primer Mundo no podemos hablar de pobreza en el sentido de carencia. En el barrio en que vivo, que “oficialmente” es el más pobre de Granada, me encuentro en los contenedores barras de pan enteras, ropa en buen estado tirada,… Hoy tenemos que hablar de marginación, que no es lo mismo. El pobre es un gigante, es marginado está hecho polvo. ¡Cuantas veces me he encontrado con antiguos vecinos, ahora bien situados -casa, coche, etc- que me comentan: “¡Y lo a gusto que estábamos en Santa Juliana!…” (un barrio donde no había ni agua corriente, ni servicios), y al preguntarles yo por qué, siempre me responden: “Acuérdate que allí todos nos ayudábamos y podíamos fiarnos unos de otros. Ahora cada uno va a lo suyo y a ver si ‘es’ más que el otro.” La consecuencia de esto es que hoy día hay “diversión” por todas partes, pero qué poca “fiesta”. No hay alegría sino recelo y competitividad.
Pero sigamos con el Ev. “Los que lo oyeron, dijeron: ´¿Y quién podrá salvarse?´. Respondió Jesús: ´Lo imposible para los hombres, es posible para Dios´.” Dios siempre apuesta por la salvación del hombre, y se pone de su parte para posibilitarla, aunque no la puede imponer. Si hemos presenciado una confirmación de la dificultad del rico por “entrar en el Reino”, ahora tenemos el caso contrario en Zaqueo.
En efecto Zaqueo, Lc 19,1-10, es el reverso del que se va “muy triste porque era muy rico”: Zaqueo es un rico que se libera, que reparte entre los pobres, que restituye a los que había defraudado. Y ahí sí que hay alegría, al contrario del ‘joven rico’. Zaqueo era muy rico, pero se le abrieron los ojos, se espabiló y el día en que se anima a compartir, ese día “ha llegado la salvación a esta casa”, y con ella la alegría la fiesta. Ha experimentado la primera Bv.
Aquí constatamos que Jesús no ‘optó por los pobres’, sino ‘por el ser humano’, por todo ser humano, pero desde abajo, para liberarlo de la trampa de la acumulación. Zaqueo no era un cualquiera, era recaudador de impuestos (hoy día podíamos meter ahí a todo ese mundo que se ha dado en llamar ‘ingeniería financiera’), y quiere ver a Jesús, y éste se invita, y “come con publicanos y pecadores”(cfr Mt 9, 9-13 y Mt 11, 18-19) como también come con Simón el fariseo, que era rico.