RESUMEN
| Artículo publicado por la Revista Manresa Vol 92 (2020) pp. 215-226 | 
Se trata de dejarnos sugerir por la situación actual de pandemia para ahondar en dimensiones de los Ejercicios Espirituales que este momento nos puedan ayudar a situarnos evangélicamente. Nos planteamos si la situación que vivimos es tan novedosa o no respecto a otros momentos pasados en que se vivió la catástrofe de las pestes y epidemias. Nos da la impresión de que la condición humana es la misma condición humana en todo tiempo adverso; no se trata de buscar novedades sino de fijarnos en aquellos miedos y temores que persisten. Desde esa perspectiva abordamos la enfermedad y la muerte como territorios de discernimiento por dolorosos que sean, no los podemos ignorar ni eludir y menos en la situación actual. El discernimiento siempre nos hace crecer en libertad, compasión y gratuidad en el seguimiento del Señor.
PALABRAS CLAVE: Pandemia. Ejercicios Espirituales. Discernimiento. Miedos. Temores. Enfermedad. Muerte. Ídolos.
Introducción
Afirma Jean Delumeau, el erudito historiador de las mentalidades religiosas, profundo creyente fallecido en enero de este 2020 a los 96 años[1], que “la historia de las mentalidades no puede utilizar los mismos cortes cronológicos que la historia política o económica”[2]. Esta afirmación me ayuda como criterio para no entrar en este artículo en si la pandemia nos va a cambiar o no cambiar, si los estilos de vida serán los mismos o no serán; personalmente creo que no va a cambiar nada, o casi nada.
Cuando uno escribe desde Europa y se pregunta qué hemos aprendido del siglo XX, el “siglo de los horrores” como bien lo calificó Annah Harendt, la respuesta es que nada. Puede parecer una postura pesimista, pero espero que sea cariñosa; hace unos años González Faus ya manifestó, a propósito de otras situaciones de sufrimiento y horror terrorista, su “pesimismo cariñoso” que me impresionó y me iluminó. Basta como ejemplo de la afirmación de Delumeau y como criterio metodológico, de que los cortes cronológicos no son los mismos en la historia de las mentalidades que en la historia política y económica, caer en la cuenta a propósito de las pestes medievales de cómo se situaban ante ellas los doctos, la multitud y la Iglesia, nos dice Delumeau: “Encontrar las causas de un mal es volver a crear un marco de seguridad, reconstruir una coherencia de la que, lógicamente, ha de salir la indicación de los remedios. Y en otros tiempos se formulaban tres explicaciones para dar cuenta de las pestes: una por los doctos; otra por la multitud anónima; la tercera, a la vez por la multitud y por la Iglesia. La primera atribuía la epidemia a una corrupción del aire… La segunda era una acusación: había sembradores de contagio que difundían deliberadamente la enfermedad; había que buscarlos y castigarles. La tercera aseguraba que Dios, irritado por los pecados de toda una población, había decidido vengarse; convenía, pues, aplacarle haciendo penitencia”[3].
En pleno siglo XXI no tengo la impresión de que hayamos cambiado mucho las mentalidades que configuran los estilos de vida y percepciones de realidad. Los doctos de hoy, gracias a Dios, siguen preguntándose ante la pandemia “¿qué está pasando?” y no “¿quién ha sido el culpable?” y por eso siguen trabajando e investigando. Cuando sólo valoramos lo inmediato y vistoso, lo efímero y fungible, podemos olvidar la vida abnegada de tantos profesionales cuyo trabajo se realiza en la espesura de las mediaciones largas[4].
Espero que a partir de ahora se valore un poco más, aunque sea un poco más, los trabajos que no tienen rentabilidad inmediata ni resultados apabullantes tanto en el ámbito creyente como no creyente. Hay trabajos que sólo cuando se eche el telón de la historia sabremos de su potencialidad salvífica y sanadora; sólo al final, porque la historia mesiánica tiene final, aunque vivamos hoy una percepción del tiempo gnóstico, ilimitado y en progreso continuo que no hay quien lo frene[5].
Si no frenamos este tiempo acelerado, esta tierra nuestra tan enferma nos frenará. Hace años cuando abrí la obra de J. Moltmann, El hombre[6], me encontré que citaba un proverbio chino que me impresionó y que siempre me ha acompañado: “Quien cabalga sobre el tigre, no podrá descabalgar”; ¿podremos frenar, aunque sea un poco, la locura del tiempo acelerado que vivimos? Lo dudo. El “progreso” es un dios que tritura todo lo que pilla; por supuesto que en la Iglesia y en la vida religiosa también, da la impresión de que tenemos que estar siempre proyectando futuros, aunque el presente se nos escape entre los dedos.
La multitud anónima también quiere explicar lo que pasa con la pandemia. La multitud anónima, que está hoy en las redes sociales y los medios, invierte las preguntas anteriores y no se pregunta “¿qué está pasando?”, sino “¿quién ha sido?”, porque se necesita buscar culpables y victimizar y linchar, se trata de buscar chivos expiatorios. Lo sacrificial sigue subyaciendo en lo más hondo de nuestra cultura, los dioses arcaicos sacrificiales siguen estando presentes. Da la impresión de que se necesita sacar a flote los resentimientos, malestares, los odios y miedos más arraigados para focalizarlos en el distinto, en el otro, y machacarlo hasta eliminarlo “pisando cuellos” si es necesario. Los conspiranoicos, fabuladores, traficantes del dolor, carroñeros que “hacen su agosto” con la desgracia siguen necesitando culpables a sacrificar por el bien de todos; ¿nos suena?
La Iglesia y la multitud, el ámbito religioso, sigue con la cantinela de castigos y venganzas por nuestros pecados. Solemos decir que ha cambiado el discurso oficial en la Iglesia, que han cambiado nuestras teologías académicas, que el magisterio se pronuncia de otro modo, que hoy se percibe la autonomía de las realidades terrestres con mayor nitidez, etc., pero basta entrar en las redes, a las que tan poco aficionado soy, y ver a ojo de “buen cubero” la desproporción entre un discurso y “otro”. Entiendo por “otro”discurso la mentalidad arcaica introyectada en la mayoría de la gente, creyente o no creyente, pues unos y otros pertenecemos al mismo contexto cultural, que se sigue alentando y reavivando con las prédicas de pecado –castigo– venganza. La desproporción entre un discurso sanador y otro enfermizo me atrevo a decir que es de 50.000 a 500.000, ¡el dios castigador sigue teniendo buena prensa! Ya dijo Drewermann que un cambio de formulación no cambia una práctica de siglos. Lo que dice de los teólogos vale para otros saberes, trabajos y profesiones[7]. La realidad es muy resistente, muy espesa y no cambia fácilmente por muchos deseos santos y buenos que tengamos de que lo hiciera.
| La realidad es muy resistente, muy espesa y no cambia fácilmente. | Pretendo ahora hacer un recorrido por los Ejercicios espirituales, pues en ellos encontramos nuestro modo de vivirnos evangélicamente. Al recorrerlos intentaré subrayar dimensiones que nos puedan ayudar a orientarnos en este tiempo complejo, por- | 
que siempre que nos dejamos orientar por el Santo Espíritu encontramos pistas, caminos de evangelio, para seguir caminado con Jesús de Nazaret, nuestro Maestro y Señor.
Me acerco a ellos desde los deseos de no quedar atrapado en los miedos y temores que paralizan, bloquean y nos anulan; desde los deseos de desenmascarar los “dioses y los ídolos” que nos atrapan, nos engañan y nos llevan a instalarnos en la mentira y en la enajenación, me acerco desde los deseos de mantener la Esperanza en el Dios de la Vida que no le otorgó a la muerte y sus secuaces la última palabra. Al fin y al cabo, los Ejercicios van a que “…ordenando… deseos…” [Ej 16] sigamos creciendo en este tiempo en libertad, gratuidad y compasión.
No creo en la “nueva” normalidad sino más bien creo en que seguirá dominando la “vieja” normalidad, pero con mascarillas; los que ya tenían tendrán más aunque lleven mascarillas, y los que no tienen se les quitará hasta lo que tienen incluso las mascarillas (el famoso “efecto Mateo” que tanto teníamos presente cuando estábamos más metidos en la acción social); pero esto no es motivo de derrotismo ni desesperanza, pues en cada momento nos invita el Señor Jesús a generar vida.
Los miedos no abordados nos paralizan
“si la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder ánimo” [Ej 325]
En las reglas de primera semana san Ignacio nos dice que en la tenta-
ción, ante lo que se nos presenta como peligroso y amenazante, ante lo que nos achica, nos retrae y puede anularnos y paralizarnos mortalmente, hay que mantener la mirada de frente y poner nombre (“ponerle mucho rostro”), y entonces el “enemigo”, la amenaza, se enflaquece, se debilita y pierde ánimo, no se nos apodera, no nos bloquea.
El problema de esta regla 12ª de primera semana [Ej 325] es la analogía desafortunada que hace san Ignacio del enemigo tentador con la mujer, y en estos tiempos es mejor pasar de largo, ahorrarse problemas y no entrar en ella; pero creo que sería deshonesto no hacerlo. Es indudable la misoginia de la regla, pero el asunto es que Ignacio no es un hombre de nuestro tiempo sino del suyo, y esa analogía pertenece a la “larga letanía” de la misoginia de su tiempo de la que la regla no es una excepción[8], aquello de la “bestia feroz sobre el haz de la tierra…” es una cantinela del tiempo de Ignacio. Y en su tiempo, nos guste o no eso es otro asunto, la mujer es considerada como una criatura que “sabe más artimañas que el diablo”[9].
Que la espiritualidad de Ejercicios tenga una fecunda vigencia actual indudable, no hace a Ignacio un hombre de nuestro tiempo, tenemos que andar con mucho cuidado en no contemporizar rápidamente a los que nos han precedido, sería tramposo, fundamentalista y nos ahorraría el esfuerzo de la interpretación. Santiago Azubialde sí que nos presenta hondamente el “asunto” de la regla, no pasa de largo, aunque constata la dificultad cultural[10].
| Los miedos encarados nos humanizan. | ra semana son claves para no bloquearnos, las “buenas mociones” para recibir y las “malas mociones” para lanzar. De la desolación se puede salir, no estamos | 
Como sabemos el contexto de la regla es “mudarse contra la desolación”. Ignacio sabe que la consolación y la desolación no son dos realidades con la misma fuerza ontológica, estaríamos abocados al fatalismo. La consolación es para recibirla porque siempre es un don y la desolación para echarla con la ayuda del Señor, que nunca nos falta, porque es un engaño, una trampa de este mundo endiabladamente complejo. Otorgarles la misma fuerza es dualismo maniqueo, caeríamos en la trampa de un “dios bueno” y “un dios malo”, por eso el lenguaje del discernimiento es peligroso si no se maneja con tiento y sabiduría; hablar de “mal espíritu y buen espíritu” es una constatación fenomenológica, es algo que acontece, pero no le damos la misma densidad. Repito que las reglas de primehablando de depresión, pero si uno se instala en la desolación se pone en camino de enfermar,
salir de la desolación es hablar del “combate espiritual” como clásicamente se ha dicho; lo de combate no me hace feliz por demasiado bélico, pero es muy verdadero. Esto no se puede olvidar de ningún modo, pues el seguimiento del Señor Jesús no viene dado mágicamente, no es un deslizarse infantilmente por un tobogán por el que uno se deja llevar con gran jolgorio, pues el seguimiento lo hacemos en este mundo fascinante pero complejo y roto. “El que quiera venir conmigo… siguiéndome en la pena…” [Ej 93], el seguimiento es penoso muchas veces, pero es el único camino para encontrarnos con que nuestra libertad se va liberando. Para echar la desolación es imprescindible mirar de frente y comunicar los miedos y temores “a un buen confesor o a otra persona espiritual” [Ej 326]. En solitario imposible. El solitario está abocado a fabricarse su propio mundo enfermizo y tóxico para él y para los que le rodean.
Los miedos encarados nos humanizan
En este tiempo de pandemia emergen temores y miedos personales y sociales que estaban latentes y los tenemos que mirar de frente, aunque provoquen de entrada un cierto vértigo e incomodidad. La pandemia es tiempo propicio para instalarse en la desolación y quedarnos como espectadores, como suelo decir, gesticulando inútilmente o, lo que es peor, añadiendo sufrimiento al sufrimiento con lamentos absolutamente inoperantes. Los miedos y temores ahí están. De momento no quiero perderme en las palabras y distinguir miedo y temor, más adelante lo haré en algún punto concreto.
Todos tenemos miedos y un fondo de temores porque somos humanos, y si no los tuviéramos estaríamos enfermos. En el Diccionario de Espiritualidad Ignaciana no hay entrada para el miedo. Ignacio es un hombre de su tiempo y en su tiempo tener miedo es de cobardes, los códigos caballerescos lo rechazan de plano, no cabe. Por eso el miedo tiene mala fama, es debilidad, no hay que mostrarlo, creo que hoy algo de esto nos queda y en este tiempo lo hemos visto, miedo, mucho miedo en mucha gente, pero disimulado. El miedo es lo profundamente humano.
Vale la pena citar dentro de una cita: “Citando a Vercors, que da una curiosa definición de la naturaleza humana –los hombres llevan amuletos, los animales no los llevan– Marc Oraison concluye que el hombre es por excelencia ‘el ser que tiene miedo’”[11]. Somos seres vulnerables y los miedos están ahí, miedo a ser agredidos, miedo al abandono, miedo a lo que amenaza nuestra integridad y salud como es, por ejemplo, el vecino (no confundamos anacrónicamente al vecino con el amigo), miedo al extranjero, al desigual… miedo a la muerte.
San Ignacio en la Autobiografía, aunque sea de pasada no oculta que en algún momento pasó miedo, ¡menos mal! El Ignacio que quiere viajar a Jerusalén aún es el caballero que se nos muestra sin miedo, ¡eso faltaba!: “y tenía una gran certidumbre en su alma, que Dios le había de dar modo para ir a Jerusalén; y esta le confirmaba tanto, que ningunas razones y miedos que le ponían le podían hacer dudar”[12]. Le ponen delante los miedos ante el viaje y lo desconocido, pero no se amedrenta; sólo en otro momento cuando marcha para su tierra aparece un Ignacio un poco más vulnerable, gracias a Dios: “encontró dos hombres armados que venían a su encuentro (y tiene aquel camino alguna mala fama por los asesinos), los cuales, después de haberle adelantado un poco, volvieron atrás, siguiéndole con mucha prisa, y tuvo un poco de miedo”13.
Al inicio de su “conversión”, cuando aún llevaba armas, quiso matar al moro, ahora ante estos dos hombres armados Ignacio siente miedo; algo ha cambiado profundamente dentro de él, aunque sea tan parco en la narración. Cuando Ignacio dejó la espada y el puñal en Montserrat, dejó un modo de estar en la vida, dejó el caballero medieval anclado en códigos de honor demenciales por violentos y empezó a ser otro hombre más vulnerable; cuando Ignacio fue entrando dentro de sí mismo se encontró con un miedo nuevo, miedo al propio yo, se sintió más débil, se encuentra “desarmado”. El miedo al propio yo es un miedo nuevo en el Renacimiento, se descubren los temores interiores. Delumeau lo expresa muy bien: “Una angustia subyacente… condujo al descubrimiento de un nuevo enemigo presente en cada uno de los habitantes de la ciudadela asediada; y así surgió un nuevo miedo: el miedo al propio yo”[13].
Gracias a Dios hemos aprendido que tener miedo no es cobardía sino humanidad. Ser hombres y mujeres de discernimiento nos lleva por lo tanto a ponernos delante los miedos y temores y nombrarlos. En este tiempo de pandemia me centro sobre todo en los miedos a la enfermedad y a la muerte, miedos que en occidente los hemos tenido muy camuflados y que en muchos contextos cristianos hasta era, espero que algo cambie a pesar de mi “pesimismo”, de mal gusto abordarlos.
Es bueno, aunque sea andando por el filo de la navaja, discernir si estamos atrapados por el “dios Salud” que esclaviza bajo especie de bien, y si estamos sutilmente configurados por la muerte en sus mil caras: desprecio de la vejez, falta de valoración de lo “inútil”, incapacidad de encajar lo imprevisto que desbarata, mata planes y proyectos… por no atrevernos a mirarla de frente. Entrar a discernir en el ámbito de la enfermedad y la muerte no es agradable, pero de ningún modo podemos mutilar la condición humana.
El único modo de no paralizarnos, como he dicho, es mirar de frente nuestra propia vulnerabilidad, hoy a diferencia del tiempo de Ignacio no es de cobardes decir y decirme “tengo miedo de esto, esto, y esto”. Como bien dijo hace años J. Moltmann, la muerte de Jesús no fue la muerte apacible de Séneca; Jesús sintió miedo y pavor y los suyos quedaron bloqueados por el miedo. Jesús se tuvo que tragar la enfermedad como límite físico y psíquico, el fracaso, la soledad y la muerte. La pandemia y la pos-pandemia, si no nos humaniza un poco más, nos va a deshumanizar mucho más, creo que no hay otra.
Libertad frente a los ídolos
“ni me afecto más a tener riqueza que pobreza, a querer honor que deshonor, a desear vida larga que corta” [Ej 166]
Ignacio sabe que, ante el ámbito de la enfermedad y la muerte, ante los bienes de todo tipo tanto materiales como culturales y el cuidado de la propia imagen, ante el propio honor y vanagloria, podemos quedar esclavizados, podemos quedar atrapados y paralizados, podemos ubicarnos mentirosamente en la vida; ya desde el Principio y Fundamento nos lo pone delante:
| “… Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados” [Ej 23]. | El proceso de los EE es una liberación de los autoengaños para situarnos en la Vida Verdadera. | 
Todo el proceso de Ejercicios es una liberación de los engaños de los ídolos para ubicarnos en la Vida Verdadera. Podemos caer en la idolatría y hoy vivimos en un mundo profundamente crédulo; no se cree en el Dios de la Vida, pero se rinde culto a los ídolos, a los “dioses menores”. El ídolo es una realidad creada a la que le otorgamos dimensión de absoluto. El Creador todo lo que creó lo hizo bueno; el problema es que nos aferramos patológicamente a lo creado porque nos da pavor asumir nuestra propia vida en libertad; vivir como criatura agraciada y libre entre las criaturas es el proceso de toda una vida de seguimiento de Aquel que es Camino, Verdad y Vida.
El ídolo engaña, fascina, atrapa, pide sacrificios, juega con nosotros, nos seduce, nos pide que le rindamos culto… (“Como cambiaron la verdad de Dios por la mentira, veneraron y adoraron la criatura en vez del Creador –bendito por siempre, amén” (Rom 1,25)–. El ídolo nos ofrece una falsa seguridad a cambio de que le sometamos nuestra vida. Uno de los miedos más profundos es a la inseguridad, al otro, a lo imprevisto… a nosotros mismos. El Amor Incondicional acoge nuestra indefensión e inseguridad, el ídolo juega con ellas; el Amor Incondicional sana heridas, el ídolo hace negocio con ellas; el Amor Incondicional libera nuestra libertad para generar vida, el ídolo “nos chupa la sangre”, nos vampiriza, pide que nos sacrifiquemos por él.
Si algo se nos ha presentado aquí en Occidente como tema clave en este tiempo de pandemia es la salud, el cuidar la salud, el proteger la salud del que nos rodea y digo bien claro que es lo que hay que hacer y seguir haciendo… Pero ¿puede la salud convertirse en un ídolo…? Pues sí que puede. San Ignacio nos da pistas para bandearnos en un tema tan complejo, cuidar la salud sin idolatrar, cuidar la salud sin perder la libertad y la “indiferencia”, luchar contra la muerte, que tanto y tanto desgarro ha provocado en la familias y amigos (¡Pepe, va por ti!) sin otorgarle la última palabra, pero sabiendo que no somos dioses inmortales. Este tiempo nos ha sensibilizado a dimensiones del La vida de vivir que creíamos que no iban con nosotros o que nunca nos podía pasar. seguimiento es elegir,
optar, decidir. Los grados de humildad nos orientan en el desenmascarar ídolos
Es bueno caer en la cuenta de cómo en el proceso de Ejercicios, en el segundo grado de humildad, ya han desaparecido la salud y la enfermedad. Con la salud no se juega, Ignacio que es un enfermo crónico, sabe que en Manresa no tuvo criterio en el cuidado de la salud y casi se rompió para siempre; el tema de la salud no entra en absoluto en el ámbito de la elección, la enfermedad no se elige, sino que se encaja cuando llega. Las cosas más importantes de la vida no se eligen, acontecen.
“La 2ª es más perfecta humildad que la primera, es a saber, si yo me hallo en tal punto que no quiero ni me afecto más a tener riqueza que pobreza, a querer honor que deshonor, a desear vida larga que corta, siendo igual servicio de Dios nuestro Señor y salud de mi ánima; y, con esto, que por todo lo criado ni porque la vida me quitasen, no sea en deliberar de hacer un pecado venial” [Ej 166].
Cuando insistimos en la elección de tal modo que invade toda la dinámica de Ejercicios nos estamos incapacitando para encajar lo que no elegimos, sino que nos adviene. Los Ejercicios no son sólo para elegir sino para disponernos a aceptar con libertad liberada lo que no controlamos, por eso la enfermedad nos descoloca y la tememos y no sólo tememos el dolor o el sufrimiento que puede conllevar consigo, sino la tememos también porque la enfermedad rompe proyectos, nos debilita y nos trastoca… nos humaniza, no somos máquinas perfectas y menos aún robots impasibles, y a estas horas sé lo que digo. Una cosa es cuidar la salud y otra idolatrarla. Cuando la idolatramos hay que ver la de sacrificios que nos pide.
Sólo la elección lleva inconscientemente a creer que la vida de seguimiento es elegir, optar, decidir y entonces no cabe lo más humano que es lo imprevisto; para reaccionar ante lo imprevisto hay que ejercitarse en no rendir culto a los ídolos que siempre nos quieren pegados a ellos. La Salud se puede convertir en un ídolo y personalmente me molesta, cada uno tiene su sensibilidad, leer que a un compañero jesuita se le ponga en el catálogo “cuida su salud”; si el Señor me da vida, y al final termino en una enfermería, yo no quiero que me pongan como misión “cuida su salud”, yo quiero terminar mis días, con la ayuda del Señor, “orando por la Iglesia y la Compañía”.
La pandemia ha hecho que valoremos la salud, que valoremos a los que se dejan la piel cuidando y salvando vidas, y no podemos de ningún modo dejar de valorarlo, lo he dejado claro al inicio del artículo; pero también es un tiempo de discernimiento personal para caer en la cuenta de que todos tenemos un panteón de dioses, cada uno verá… la Salud, la Seguridad, el propio Aparato Ideológico, el Trabajo, el Progreso, el Bienestar, la Calidad de Vida, la Religión…
Dice provocativamente Rafael Sánchez Ferlosio que, si los dioses no cambian, nada habrá cambiado, y es verdad; me impresionó su libro provocativo y no exento de sarcasmo, cuando se desintegró en enero de 1986 el trasbordador Challenger muriendo sus siete tripulantes, y que muchos lo vieron como un sacrificio ofrecido por el progreso de la ciencia. Dice de los viejos dioses vestidos ahora de paisano:
“¡De nombre habrán cambiado, y de vestido; no de condición como demuestra la renovada aceptación del sacrificio! Siguen siendo los viejos dioses carroñeros, vestidos de paisano, con los nombres de Historia o de Revolución, de Progreso o de Futuro, de Desarrollo o de Tecnología. Los mismos perros sangrientos con distintos, aunque no menos ensangrentados collares”[14].
Si la pandemia nos ayuda, por lo menos a los cristianos, a no idolatrar porque ha sido un vendaval que lo ha puesto todo en cuestión, en absoluto digo que sea bienvenida, hay que seguir andando por el filo de la navaja; lo que digo que es un tiempo de profundo discernimiento ¿cambiarán los dioses? Tengo mis dudas…
En la tercera humildad ha desparecido también el deseo de vida larga o corta; esto en absoluto es motivo de elección, sería suicida, sería un atentado al regalo de una vida que no es mía. La vida corta o larga no se elige, no está en nuestras manos, pero, como la enfermedad, hay que encajar que la muerte está ahí.
“La tercera humildad es perfectísima, es a saber, cuando incluyendo la primera y la segunda, siendo igual alabanza y gloria de la divina majestad, por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobrios con Cristo lleno de ellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” [Ej 167].
Uno de los mayores dolores de la pandemia es que se ha hecho patente que en nuestra cultura las “vidas largas” molestan y estaban aparcadas. Lo de las residencias de ancianos da que pensar y mucho. Da la impresión de que por ahí ronda otro ídolo. Cuando a una persona le digo “qué joven te veo” la estoy halagando; cuando a una persona le digo, por supuesto ni se me ocurre, “qué viejo te veo”, la estoy poco menos que humillando. La sabiduría acumulada en los mayores no cuenta y se idolatra lo joven… ¿Aprenderemos algo?, ¿podemos prescindir de la sabiduría de los mayores en nuestra sociedad y en la Iglesia?, ¿las vidas cortas son más significativas que las vidas largas? Pidamos el don del discernimiento para que en este tiempo de prueba sigamos sintiendo pasión por Jesús y sigamos viviendo en virtud de su Santo Nombre.
[1] Muy interesante para conocer su pensamiento como cristiano convencido y militante, J. DELUMEAU, El cristianismo del futuro. Otear el horizonte: ¿va a desaparecer el cristianismo?, Mensajero, Bilbao 2006.
[2] J. DELUMEAU, El miedo en Occidente (Siglos XIV-XVIII). Una ciudad sitiada, Taurus, Madrid 2002,211.
[3] Ibidem, 203.
[4] P. RICOEUR, “El ‘socius’ y el prójimo”, en Historia y verdad, Encuentro, Madrid 1990, 88-98.
[5] Me inspiro en Reyes Mate, para mí autor de lectura ineludible en estos tiempos que corren, sobre todo: M. REYES MATE, El tiempo, tribunal de la historia, Trotta, Madrid 2018.
[6] J. MOLTMANN, El hombre. Antropología cristiana en los confines del presente, Sígueme, Salamanca 1976.
[7] “Y es que no faltan teólogos que, llevados de una creencia rayana en la superstición infantil de la omnipotencia de la mente, piensan que uno puede desembarazarse sin más de una herencia de siglos con un par de fórmulas novedosas; como si se tratara de borrar de la pizarra una fórmula incorrecta. Y así pasa lo que pasa: que uno se encuentra con los mismos perros con distintos collares”: E. DREWERMANN, Clérigos. Funcionarios de Dios. Psicodrama de un ideal, Trotta, Madrid 1995, 18.
[8] “La transición a la larga letanía de los dichos misóginos nos la puede proporcionar esta sentencia: ‘Si la mujer vale, vale un imperio. Si no, no hay en el mundo bestia peor’… El marido avisado tendrá buen cuidado, por tanto, de mandar en su casa: ‘No permitas que por nada tu mujer ponga su pie sobre el tuyo. Porque al día siguiente la puta bestia lo querrá poner sobre tu testa’”: Ibidem, 521.
[9] Ibidem, 524
[10] “En la regla 12ª Ignacio parte de un tema tradicional: El enemigo es débil y carece de poder; y la tentación una riña de la que alguien debe salir airoso. No obstante, el agon acontece en tiempo puntual y transitorio, que se puede convertir en estado permanente, caso de que el hombre no sepa o no desee reaccionar. Pone de manifiesto (discierne) la actitud del individuo, su debilidad o su firmeza frente a la dificultad y su nivel de decisión. Lo único que hace es desvelar el fondo de su verdad”: S. ARZUBIALDE, Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Historia y análisis, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1991,676.
[11] J. DELUMEAU, Op. cit., 21.
[12] [Au 42], en I. IPARRAGUIRRE, Obras Completas de San Ignacio, BAC, 2ª ed., Madrid 1968. 13 Ibidem, [Au 87].
[13] “Un angoscia di fondo… portò a scoprire un nuovo nemico presente in ciascuno degli abitanti della cittadella assediata; e cosí emerse una paura nuova: la paura del proprio io”: J. DELUMEAU, Il peccato e la pura, Il Mulino, Bolonia 1987, 7.
[14] R. SÁNCHEZ FERLOSIO, Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado, Destino, Barcelona 2002, 35.
