Autor: Benjamín Glz. Buelta
Extraido la Revista Manresa Vol. 85 (2013) pp. 57-68
Mística en la cultura de la seducción. Aplicar los cinco sentidos a la realidad
Los sociólogos nos dicen que vivimos en una cultura de la seducción. Después de la caída de las grandes utopías de la modernidad, capitalismo y socialismo, un aire de desencanto ha impregnado todos los espacios de la sociedad posmoderna. Tantos esfuerzos e ilusiones invertidos parecen perdidos. No han llenado nuestras expectativas. Frente al vacío de la interioridad y la pérdida de la dimensión trascendente de la vida que nos deja un aire de orfandad, se han creado dos grandes intentos huecos de reencantar el mundo: el consumismo y la diversión.
El consumismo es un invento formidable que llega a todos los espacios de la tierra donde pueda haber alguien con un dólar en el bolsillo. El símbolo son los grandes centros comerciales donde no sólo se puede consumir de todo, sino que crean una manera de comer, de vestir, de viajar, de divertirse. Es todo un estilo de vida lo que se compra. En los grandes centros, los productos se ofrecen en abundancia, exhibidos en el juego de los colores, de la luz y del cristal. Se respira el aroma sofisticado que llega invisible a través de los conductos de climatización, con una música de fondo que invita a relajarse y contemplarlo todo desactivando las prisas que nos atan al reloj. Huele a tierra prometida, son espacios que nos proponen redimirnos de nuestras necesidades.
El otro gran invento es la diversión, el entretenimiento, la distracción. Veinticuatro horas al día, y en todos los ambientes, se nos ofrecen pantallas y dispositivos electrónicos que nos pueden conectar al instante con películas, música, eventos deportivos y todo tipo de espectáculos. Han nacido los nuevos dioses de la cultura actual. Ya no es tiempo de héroes ni de mártires, sino que ha llegado la hora de los famosos, las “celebrities”,que ocupan un espacio sorprendente en los medios de comunicación, con sus méritos o con sus excentricidades.
Para vender productos de consumo y de diversión, en las salas de edición de televisoras y de revistas, en los estudios de grabación y en los laboratorios, se elaboran constantemente sensaciones nuevas, fuertes, inteligentes, que entran dentro de nosotros a través de los sentidos, nos recorren por dentro y se siembran en los surcos siempre abiertos de nuestras hambres naturales o artificiales provocadas por el mercado. Cada sensación está minuciosamente estudiada. El aroma de un hotel, el ruido de una aspiradora, el chasquido de un alimento crujiente al masticarlo o el de un envoltorio al rasgarse, el sonido de la puerta de un coche de lujo cuando se cierra, son sonidos trabajados por los especialistas hasta que consiguen la sensación perfecta. Nada queda al azar. Cada sentido es minuciosamente estudiado para ser seducido con efectos especiales que parecen salidos de la chistera de un mago. Nos engañan y nos ciegan deslumbrándonos.
El neuromárketing estudia con los medios más sofisticados de la tecnología actual, de qué manera las sensaciones afectan al cerebro humano, para crear las que vayan directamente hasta el fondo emocional subconsciente donde se elaboran nuestras respuestas y decisiones. La publicidad habla sobre todo al cuerpo y al mundo emocional, dejando la razón entre paréntesis, pues se trata de crear respuestas programadas. Las decisiones las hacen por nosotros. Nos basta con hacer clic sobre el teclado. Sólo tenemos que dejarnos llevar, y fluir en el vértigo de las sensaciones. Vivimos en un mundo “de compulsiones y de adicciones, pero de poca pasión” (A. Guidens).
Nuestra cultura nos ofrece vivir siempre al galope, posponer la satisfacción de nuestras necesidades profundas, para esperar la dicha de los nuevos productos que el mercado anuncia hoy y que llegarán mañana puntualmente a nuestros mercados. La velocidad no es muy amiga de la profundidad.
En esta cultura de la seducción lo que cuenta es lo que perciben los sentidos, por eso se cultivan las apariencias, se privilegia el parecer sobre el ser. Mientras el cuerpo y las emociones subconscientes son trabajados en clave seductora, el pensamiento es débil y las decisiones son inseguras. Se dice sí sin decir no, y los compromisos en la pareja, en la amistad, en los grupos, en el trabajo son hasta que el tiempo nos separe.
El desafío de estos tiempos nos lo plantea bien el psicoterapeuta jesuita Carlos Domínguez: “No hace falta insistir en la importancia que toda la psicología contemporánea ha acordado dar al concepto de estímulo. Una importancia que algunos no dudan en calificar incluso de mítica. En cualquier caso, lo que está ciertamente probado es que nuestra conducta es más interdependiente de los estímulos externos de lo que nuestro narcisismo quisiera suponer. Nuestra tonalidad interior cambia una y otra vez en función de los campos estimulares en los que estamos inmersos”. (Carlos DOMÍNGUEZ, Psicodinámica de los Ejercicios Ignacianos, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2003, 63).
Pero si evangelizamos nuestros sentidos, podremos percibir las dimensiones más hondas de la realidad. Lo peor que podríamos hacer sería renegar de estos tiempos y pretender encerrarnos en una torre inaccesible, en una burbuja aséptica imposible, pasear por la calle con una mascarilla, acercarnos a las personas con un gesto de rechazo y de condena, profetizando agriamente contra esta cultura que es la nuestra.
¿Se le ha acabado a Dios el amor por este mundo? ¿Se le ha agotado su imaginación para elaborar ofertas de vida nueva? ¿Son los creadores de sensaciones seductoras los que tienen la exclusiva para diseñar el mundo de mañana? En esta cultura también trabaja el Espíritu de Dios. No hay pueblo, ni cultura, ni religión, ni situación humana, ni persona alguna donde Dios no esté presente trabajando y creando la humanidad nueva.
Donde los sociólogos y antropólogos terminan con sus descripciones, nosotros buscamos en las fronteras la propuesta del Espíritu. En las terminales electrónicas que llegan a nuestra casa, en las calles donde desfila la gente con marcas comerciales en la ropa, también se hace presente el Espíritu. Pero hay que tener la sensibilidad para percibirlo.
Nuestro desafío no es huir de la realidad, sino acercarnos a ella con todos nuestros sentidos bien abiertos para mirar y contemplar, para disolver las cáscaras de las apariencias seductoras y ver, sentir y gustar la realidad, percibiendo en lo más hondo de lo real la presencia activa del Dios que nos ama con creatividad infinita, para encontrarnos con él y trabajar juntos por su reino. Nuestra sociedad no sólo necesita profetas que denuncien los males que nos afligen, sino místicos que descubran dónde está Dios creando algo nuevo, para proclamar esta buena noticia. No sólo hay que afirmar vagamente que Dios ama este mundo, sino señalar dónde y cómo trabaja rehaciendo el tejido de la vida puntada a puntada. La sociedad necesita personas que con una sensibilidad mística puedan encontrarse con Dios en las realidades más secularizadas y más destruidas por el deterioro personal, la injusticia y por todo tipo de exclusiones
2. Cuando los primeros jesuitas empezaron a moverse por las calles, plazas viven en sus conventos y monasterios con claustros y capillas para alimentar su fe y salir desde ahí al mundo anunciando lo que han contemplado? El P. Nadal acuñó la frase que lo dice todo: “Nuestra casa es el mundo”. Lo mismo que otros religiosos encontraban a Dios en la belleza del silencio y en el silencio de los claustros, los jesuitas lo encontraron en las calles ruidosas de las ciudades, en los caminos desiertos, y en las fronteras geográficas, religiosos y cultura y caminos, les preguntaban. ¿Qué clase de religiosos son ustedes que no tienen casa como los monjes y frailes, que les de aquel tiempo, estremecido como el nuestro por los grandes cambios eclesiales, políticos, religiosos y geográficos al descubrise nuevos mundos.
La gracia de esta vocación aparece prefigurada en la experiencia de Ignacio en Manresa, cuando estaba sentado al borde del camino, junto al río Cardoner. Experimentó una ilustración tan grande que parecía otro hombre, veía con ojos nuevos todas las cosas, tenía ojos nuevos. Fue una transfiguración de la mirada. Laínez, comentando esta experiencia de Ignacio dijo que “fue especialmente ayudado, informado e ilustrado interiormente de su divina Majestad, de tal manera que comenzó a ver con otros ojos todas las cosas”. “Así le quedó una actuación de contemplación y unión con Dios, que sentía devoción en todas las cosas y en todas partes
muy fácilmente” (J. NADAL). Ignacio propuso su propia experiencia en la contemplación para alcanzar amor de los Ejercicios Espirituales, donde nos invita a mirar toda la realidad para ver a Dios trabajando en ella por nosotros. Es la transparencia, la diafanía de la realidad. Evoca las palabras de Jesús a Nicodemo: “Si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn 3,3). Este es el don que se nos ofrece, ver el reino de Dios hoy en medio de nosotros.
Los Ejercicios Espirituales no sólo nos cambian el corazón, la afectividad profunda, para ordenar nuestra vida según la propuesta que Dios nos hace, sino que nos cambian también la sensibilidad, para percibir en lo cotidiano dónde y cómo Dios trabaja, cómo crea lo nuevo. Sólo así podremos seguirlo, ir con él y trabajar con él en la impredecible novedad que su amor hace brotar en cada instante por el centro mismo de todo lo que nos rodea. No sabemos dónde acaba nuestra mano, donde empieza la mano de Dios y cómo se unen las dos.
Aparecen aquí dos dimensiones de la mística que son inseparables. La “mística de ojos cerrados” nos refiere a ese encuentro sin punto final con el Tú inagotable en quien permanecemos (Jn 15,1-17), pues el “centro del alma es Dios” como dice San Juan de la Cruz. La “mística de ojos abiertos” nos permite contemplar a Dios como la última verdad de todo lo real, de lo bello y de lo destrozado, de lo que muere y de lo que nace, de las víctimas y de los caínes, de lo nuestro y de lo diferente. El encuentro con Dios en la soledad nos transforma el corazón y podremos ver con claridad.
Es el corazón el que ve. El ojo se posa en lo que amamos. “Ubi amor ibi occulus” (San Agustín). El amor nos permite fijar la mirada y contemplar a Dios en el “abajo” destruido y el “dentro” misterioso de la realidad. Cada paso hasta el fondo de la realidad nos permite adentrarnos cada vez más en el misterio del Dios que asume todo lo creado. Después, cuando regresamos a la contemplación personal no dejamos fuera del encuentro con Dios nada de lo que somos ni de los espacios en los que nos movemos.
3. Proceso del cambio de la sensibilidad en la mística de ojos abiertos
1) Necesitamos una nueva sensibilidad para el misterio
El reino de Dios crece en medio de nosotros en espacios en los que sólo tendemos a ver las cosas a través de la mirada de los que cada día nos enseñan la realidad desde la óptica de sus propios intereses. Las imágenes de la realidad tienen dueño y llevan dentro un alma de negocio, de militancia política, de seguidores de un espectáculo. No son inocentes.
Cuando Jesús miraba la realidad de su tiempo decía lo que veía, no lo que le enseñaron a ver desde la sinagoga: “El reino de Dios está en medio de vosotros”. Isaías en Babilonia le decía a los judíos abrumados por los años de exilio sin salida: “Mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43,19). Mirar, notar, es una referencia a los sentidos, a la sensibilidad.
Frente a la obra de un artista genial, nosotros podemos pasar de largo porque no tenemos la sensibilidad para percibir el arte que expresa, pero una persona con su sensibilidad afinada puede percibir la belleza y entrar en el universo humano que sugiere esa obra. No se trata sólo de saber que el reino de Dios se manifiesta de manera concreta, a veces de manera muy sencilla, en diálogos, rostros, cantos, compromisos, hambrunas… Es necesario percibirlo. Entonces la alegría del don de Dios puede entrar en nuestro corazón. En los Ejercicios, la persona que se mueve “en su ceguedad” (Ej 106), va siendo conducido a través de la contemplación de Jesús, hasta la plena visión de la obra del reino y de lo nuevo que Dios crea hoy en medio de nosotros.
2) El respeto de lo real.-
Aveces se piensa que la experiencia religiosa nos aleja de lo real y nos deja ensimismados y lejanos. “El prójimo, los amigos, las ceremonias religiosas, la belleza del mundo no pasan a ser irreales tras el contacto directo del alma con Dios; al contrario, es entonces cuando se hacen reales esas cosas que antes eran medio sueños” (S. WEIL).
De dos maneras nosotros escondemos la realidad yno la respetamos. Cuando la idealizamos o cuando la demonizamos. A veces idealizamos la realidad porque no soportamos verla en toda su dureza, o porque la amamos tanto que no queremos ver sus defectos. A veces la demonizamos porque no nos conviene ver nada buena en algunas personas y situaciones. Pero con la misma pintura de color brillante cuando idealizamos, o de color negro cuando demonizamos, estamos desconociendo la realidad, y al mismo tiempo escondemos también la acción de Dios en la hondura de esas situaciones.
Hay aspectos de la realidad que conocemos a través del conocimiento científico. Sólo a través de un microscopio puedo ver bacterias en el agua. Pero hay otras dimensiones que sólo son accesibles a la contemplación, en la que la mirada va disolviendo las cáscaras y puede contemplar la hondura. Una mirada científica nos puede describir todos los rasgos de un deambulante extraviado por su psicología enferma, pero la mirada contemplativa puede sentir y gustar la dignidad infinita de un hijo de Dios. Este descubrimiento puede despertar unos dinamismos de compromiso formidables.
El místico de ojos abiertos puede ser el más realista, porque no sólo ve las superficies, sino la última verdad de lo real, allí donde Dios trabaja sin sábado con una discreción infinita y abre posibilidades nuevas.
3) Intentos huecos de reencantamiento del mundo
El consumismo, la diversión o la militancia política, pueden crear espectáculos deslumbrantes que nos encandilan. Los grandes eventos deportivos, las campañas políticas, los gigantescos conciertos que congregan miles de jóvenes, pueden ser montajes elaborados con tecnologías sofisticadas que logran la participación entusiasta de la gente.
No es extraño sentir en estas manifestaciones ciertos aires religiosos. A veces los promueven de manera explícita pues hoy se es consciente del poder de lo religioso para convocar y celebrar. La ceremonia de apertura de los juegos olímpicos de Beijín, fue una gran parábola en la que se celebraba la utopía. Muchos pueblos de la tierra, con los rasgos de todas las razas, vestidos con los trajes que expresaban su historia y su cultura, se reunían en una gran fiesta común, en un solo canto, en el mismo ritmo, para celebrar y competir en juego limpio, sin discriminaciones y sin trampas. Se puede leer como una gran parábola laica de la utopía.
Ciertamente que en muchas celebraciones encontramos expresados con arte retazos de vida muy humana. El Espíritu vive en artistas y gentes que expresan lo mejor de nuestra existencia. Pero no siempre es fácil descubrirlos por la entraña de negocio y de manipulación que mueve los hilos del espectáculo. Para encantar el mundo de verdad no sólo hay que recoger lo bello, lo concertado, lo que brilla, sino que hay que asumir también la fragilidad humana, el realismo de los infiernos personales y sociales en los que hoy millones de personas se van disolviendo como agua en el mundo líquido.
Hay muchas fiestas que son para alejarse y olvidar, mucha droga desfila por las alfombras rojas, brilla en los destellos de las pantallas y sale al aire por los poderosos equipos de sonido. La verdadera celebración, como hace la Eucaristía, acoge la vida humana en su cotidianidad de gozos y desaciertos, y la lleva desde la dureza de la cruz hasta la transfiguración de la vida en la resurrección. Ninguna crucifixión de la vida queda fuera de la fiesta. Es lo que sucede en la parábola del banquete (Lc 14,15-24). El padre envía mensajeros para que salgan a los márgenes de la ciudad, a las afueras de los excluidos sin propiedades y sin domicilio, para que los animen a entrar y celebren la fiesta a la que no han querido acudir los que se sienten satisfechos con algún bien privado. El gran circo mediático que hoy gira alrededor de nosotros a toda hora, y se mete dentro de nosotros con imágenes y sonidos seductores, tiene mucho de evasión, de distracción, de fuga que nos aleja de nosotros mismos y de la realidad. No nos permite detenernos a contemplar, reconocer y celebrar la obra que Dios realiza hoy surgiendo en silencio por el centro de nuestra carne limitada.
“¡Ay de los que madrugan en busca de licores, y hasta el crepúsculo los enciende el vino!
Todo son cítaras y arpas, panderetas y flautas y vino en los banquetes, y no atienden a la actividad de Dios ni se fijan en la obra de su mano” (Is 4,11-12)
4) Necesitamos liberar nuestros sentidos
En la cultura de la seducción nevesitamos liberar nuestros sentidos de una manera impuesta de percibir la realidad, y de los contenidos que hemos percibido hasta ahora y que ya se han interiorizado dentro de nosotros. No somos páginas en blanco. Nos recorren por dentro “sensaciones seducidas” y estamos habituados a ritmos acelerados, al vivir en el intante que crea en nosotros “entrañas impacientes”. El recurso constante a pantallas y audífonos nos puede convertir en “depredadores audiovisuales”, que consumen informaciones y espectáculos que nunca pueden pensar con calma y digerir. Los estímulos cada vez más intensos pueden “embotar nuestra sensibilidad” incapacitándonos para percibir los matices de la convivencia y de las propuestas del Espíritu. Ante la inseguridad y el miedo, acosados por tantas ofertas podemos “decir sí sin decir no”, dejando nuestras opciones siempre abiertas y realizando compromisos sin consistencia, hasta que el tiempo nos separe. Ante las dificultades del momento presente podemos estar llenos de un aire de desencanto que es una “herejía emocional”, que nos impide percibir lo nuevo que Dios va realizando en esta cultura de seducciones.
Podemos estar ciegos sin darnos cuenta. Como los cristianos de la iglesia de Laodicea, necesitamos un colirio para ver bien (Ap 3,18), para ver la realidad como Dios la mira. Hay colirios en la Biblia que pueden picar en los ojos, pero que nos devolverán una mejor visión. El primero es el basurero, donde Job se sienta entre la ceniza. Después de ver el mundo y a Dios desde la salud, la fama, la riqueza y la estabilidad familiar, lo pierde todo. Desde la ceniza ve la miseria del pueblo y otra imagen de Dios. “Antes te conocía sólo de oídas pero ahora te han visto mis ojos”. Otro colirio es el desierto. En la distancia, en el silencio, se ve todo con más claridad. En el desierto mira Jesús a su pueblo y encuentra su propuesta original superando las tentaciones. La noche puede ser un tercer colirio. “Amo de mi ser las horas oscuras en la cuales se afinan mis sentidos” (Rilke). En la noche llega el Señor para servirnos, pero llega también el ladrón para robarnos. Tenemos que afinar nuestra sensibilidad. La atalaya sitúa al vigilante en las fronteras de la ciudad. Es una vocación de contemplativo para mirar quién se acerca, si es amigo y trae vida o si es enemigo y viene a destruirnos.
El verdadero colirio es la contemplación de Jesús. Él nos va purificando todos los sentidos al contemplarlo. Sólo así podremos descubrir las nuevas ofertas de Dios que vienen a salvarnos hoy desde lo hondo de la realidad.
5) No hay contemplación sin implicación real
No contemplamos la realidad desde la distancia, desde un palco privilegiado, sino implicándonos en la realidad, en la cercanía de las personas, dentro de las situaciones, en los trabajos de la cotidianidad. Para encontrarnos con Dios que trabaja siempre necesitamos trabajar también nosotros para unir nuestras acciones con la suya.
El capítulo 58 de Isaías es punto de referencia que nos ilumina. Los judíos se quejaban porque Dios no los escuchaba a pesar de sus sacrificios y ofrendas. Pero el Señor les responde que se comprometan con los pobres y cautivos, que compartan. “Entonces llamarás al Señor y te responderá” (58,9), le llamarás y dirá: “aquí estoy” (58, 9). ¿Dónde? En el compartir tu pan, “tu oscuridad se volverá mediodía” (58,10), “te brotará carne sana” (58,9). La interioridad del que actúa así, se sanará. Su acción tendrá repercusión social. “Reconstruirás viejas ruinas” (58,12).
“Para evitar los peligros que lleva consigo la dimensión mística del cristiano, tiene que integrar en ella la dimensión ético-política que le es consustancial”. (Juan MARTÍN VELASCO)
Teilhard de Chardin expresa bellamente esta experiencia.
“Dios nos espera a cada instante en la acción, en la obra del momento. En cierto modo, se halla en la punta de mi pluma, de mis pies, de mi pincel, de mi aguja, de mi corazón y de mi pensamiento. Llevando hasta su última terminación natural el rasgo, el golpe, el punto que me ocupa, aprehenderé el fin último a que atiende mi profunda voluntad”.
Pero la contemplación también pude suponer complicación. No somos los dueños de las reacciones que puede provocar nuestro compromiso por el reino de Dios. “Por encargo de mi Padre os he hecho ver muchas cosas buenas; ¿por cuál de ellas me apedreáis?” (Jn 10,32). Ayudar a ver la realidad puede ser muy peligroso.
6) Bajamos a los infiernos humanos en seguimiento de Jesús
Mientras no bajemos a los infiernos humanos, personales o sociales, y ahí descubramos a Dios, estamos dejando fuera de la realidad a millones de personas, y estamos ignorando nuestros propios procesos de dolor físico, psicológico y relacional. En el Campo de Refugiados de Lainé se estaban graduando de diversos oficios varios centenares de refugiados. En el país seguían muriendo a balazos, amigos, familiares y conocidos. Pero, en medio de esa situación, nos cuenta Gonzalo Sánchez-Terán, que trabajaba como Director Nacional del Servicio Jesuita para los Refugiados en Guinea Conakry (2002-2008):
“Durante la ceremonia siguieron cantando, bailando, hablando de paz, de comienzo, de porvenir. Ante mis ojos los seres más apedreados del planeta estaban haciendo de la última piedra de la lapidación la primera piedra de una nueva casa. Ojala hubieras estado con nosotros. Fue una de las cosas más hermosas que he tenido el privilegio de ver en mi vida. ¿Y todavía me preguntas por qué estoy aquí”?.(Alfonso ARMADA y Gonzalo SÁNCHEZ TERÁN, El silencio de Dios y otras metáforas, Trotta, Madrid 2008, 55).
Éste es el desafío central de la mística de los ojos abiertos. Descubrir a Dios presente y activo donde aparentemente no puede estar de ninguna manera y su ausencia parece más clamorosa. Me he encontrado con una persona que fue torturada, pero después de seis meses en una celda oscura, después de perder el sentido del tiempo, de las relaciones, cuando ya se le habían olvidado todo los nombres más familiares, lo único que le quedaba era la cercanía de Dios. “Nunca he experimentado a Dios de esa manera”, me decía con una sonrisa. En los barrios más marginados se forman comunidades cristianas con un sentido evangélico admirable. No hay “abajo” humano donde Dios no esté liberando la vida.
El gran amor nos puede llevar, como a Jesús, a descender, a comprometernos con el reino, hasta límites muy extremos de la condición humana. Pero ahí encontraremos al Señor.
“No cambio mi soledad por un poco de amor. Por mucho amor, sí. Pero es que el mucho amor también es soledad. ¡Qué lo digan los olivos de Getsemaní!”. (Dulce Mª LOYNAZ).
En los abismos nos encontramos con otra imagen de Dios. Pasamos de un Dios lejano, a un Dios cercano, de un Dios fuerte a un Dios débil, de un Dios que castiga a un Dios castigado, de un Dios impasible a un Dios pascual, que muere y resucita.
7) La realidad se vuelve transparente
Esta era la petición de Teilhard de Chardin, cuando pedía no sólo la epifanía de Dios, sino su diafanía, la transparencia de todo. Pero sólo será cuando se nos hagan transparentes las situaciones más duras. También nuestra propia oscuridad puede ser una fuente de iluminación, como expresa bellamente en un poema de seis palabras Dulce María Loinaz: “¿Y esa luz? Es tu sombra.”
Los místicos de ojos abiertos han atravesado la noche interior y de la historia en solidaridad con los que sufren, y saben por experiencia que en la oscuridad y el sinsentido se gesta el futuro de la misma manera que la primera comunidad cristiana emergió de la sepultura vacía de Jesús.
8) Nacen nuevos signos para sentir y gustar la acción de Dios en el mundo
Donde la realidad se nos ha hecho transparente, ahí nace un sacramento del encuentro con Dios. En las situaciones de dolor, encontramos a Dios donde se esconde. En las situaciones de dicha, descubrimos a Dios donde aparece, pero al manifestarse nos impide alargar nuestra mano posesiva para apropiarnos de lo bello y de lo bueno.
Encontramos sacramentos universales que todo el mundo entiende. En el funeral de la Madre Teresa estaban reunidos orando los que en la vida cotidiana aparecen enfrentados: los musulmanes, hindúes y cristianos. Otros son signos de contradicción, como el mismo Jesús y tantos otros que van en su seguimiento, que sólo se comprenderán en el futuro.
Experimentamos en nuestra vida personal sacramentos de encrucijada que nos marcan la vida entre un antes y un después, como la experiencia de Ignacio en Manresa. Y tenemos también pequeños sacramentos de la vida cotidiana, que pasan casi desapercibidos, pero que llenan de una luz suave nuestra cotidianidad. Las aulas de clase, la cocina de la casa, la calle donde vivimos, la oficina, se pueden convertir en claustros, en espacios que nos hablan de Dios, a veces sin que nosotros nos demos cuenta.
Le preguntaron al P. Kolvenbach si miraba a los iconos orientales cuando oraba. El respondió: “No, me miran ellos a mí”. En la medida en que nuestro entorno se va haciendo transparente, también iremos sintiendo que Dios nos mira desde los espacios habituales y viviremos con el sentimiento de una presencia que nos unge la vida de sentido.
9) Una nueva sensibilidad contemplativa
A través de todo este proceso que he descrito, vemos cómo se pueden ir convirtiendo nuestros sentidos. Ante un paisaje un pintor verá todos los colores, un ingeniero verá el trazado de una posible urbanización, un ecologista mirará las especies que hay que conservar. Ante un paisaje nevado nosotros decimos que es blanco, pero los esquimales que viven siempre entre la nieve y el hielo, tienen decenas de nombres para la nieve. Un contemplativo verá la dimensión última de la realidad, donde Dios trabaja sin receso para que la vida que Jesús trajo se pueda vivir en plenitud.
Esta manera de percibir la realidad puede despertar en nosotros dinamismos de vida formidables, en vez de dejarnos paralizar y entristecer por el desencanto. San Ignacio en los Ejercicios nos propone contemplar cómo Jesús se acercaba con sus cinco sentidos a la realidad. Jesús descubrió en la realidad destruida de su tiempo que el reino de Dios estaba en medio del pueblo. Este proceso que hemos descrito es el que nos permite nacer de nuevo para ver el reino de Dios. “No hay nada profano para el que sabe ver” (Teilhard de CHARDIN).