Adán

ADÁN…                                                                                   Thomas Merton

En el primer momento de su existencia, Adán inspiró el aire de una libertad infinitamente pura; una libertad que Dios vertió directamente en su alma al crearlo.  Esta autodeterminación sobrenatural lo hizo capaz de una libertad igual, en cierto sentido, a la mismísima libertad de Dios.  Era una libertad contingente, que dependía de su unión con el Espíritu que nos hace libres a todos.  Pero aparte de esa condición única de consentir la unión espiritual perfecta, la libertad del hombre no tendría límites.  En los horizontes prácticamente ilimitados de esta libertad espiritual que, desde el comienzo, impregnaba el propio ser de Adán mediante un don gratuito de Dios, Adán vio claramente que Dios era todo y no importaba nada más.  Todas las cosas eran hermosas y buenas, pero sólo cuando eran vistas y amadas en Él.  Todas las cosas eran de Adán porque Adán pertenecía a Dios; o sea, pertenecía a la Libertad.  Era como si la Verdad, el Amor, la Libertad, el Poder, la Alegría y el Éxtasis le hubieran sido dado al hombre para volverse su propio ser, su mismísima naturaleza.  La magnífica actualidad trascendente de estos grandes dones estaba, desde luego, muy por encima de la naturaleza del hombre.

El ser entero de Adán, cuerpo y alma, corazón, mente y espíritu, pasión e inteligencia, agrupados en la pureza de una contemplación que al mismo tiempo era suprema y no exigía esfuerzo, le cantaba a Dios dándose cuenta de que estaba colmado de Dios.  De este modo tomó consciencia de sí mismo y del mundo como paraíso de Dios.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *