Ver Prov 7,1-3; 4,23

  1. La oración es un encuentro con Dios para adorarle y dejarte trabajar por EL. La iniciativa y llamada son suyas. Lo tuyo: responder a esa llamada; crear el clima que precede a una cita; permanecer silencioso/a en su presencia con toda tu fe y amor despiertos, para adherirte a lo que El quiere hacer en ti. El deseo del Padre es hacer de ti, por medio del Espíritu de Jesús, alguien cada vez más parecido a su Hijo.
  1. Al comenzar haz una ruptura en vertical para situarte en tu centro más profundo y desde ahí abrirte a la presencia de Dios y hacerte disponible para EL. Lo que importa no es lo que tú haces, sino lo que consientes que haga EL en ti. Trata de movilizar toda tu atención, esfuerzo, paciencia, sentidos…
  1. En el primer momento toma conciencia de lo que realmente deseas: pedir, agradecer, bendecir, quejarte … y exprésalo en alguna frase breve que puedas repetir una y otra vez, y volver al centro cuando lleguen algunas distracciones. Es como un ancla para tu oración.
  1. Estás en silencio, pero NO estás solo/a en la oración, sino en nombre de muchos hermanos, de su clamor. Siéntete unido a ellos y sostenido por ellos y encontrarás fuerza. Intenta hacer presente en la oración el mundo y sus problemas: un oído puesto en el evangelio y otro en el pueblo.
  1. No acabes la oración bruscamente; no se terminan así los encuentros personales; dirígete al Padre, a Jesús o a María, con la confianza de los hijos o de los amigos; detente unos minutos a ver cómo te ha ido, lo que te ha sido de ayuda o dificultad, qué movimientos de atracción o rechazo has experimentado; esto te ayudará a adquirir la costumbre del discernimiento y la sabiduría de la oración.
  1. Entrena tu atención y tu deseo a lo largo del día ( no sólo en los tiempos de oración) de modo que te vayas haciendo alguien atento/a, confiado, fraterno, es decir, más parecido a Jesús.